viernes, 28 de agosto de 2020

De la formación de bailarines al adiestramiento de repertoristas en danza folclórica.

 

Hablar de una formación dancística implica abarcar distintas áreas de conocimiento que en conjunto y bien articuladas pueden incidir de manera efectiva en la construcción de un bailarín en potencia. La palabra formación proviene del latín formatio que significa otorgar forma a un todo a partir de la integración de sus elementos. Un bailarín enteramente formado posee cualidades de razonamiento, sensitivas, físicas, técnicas y expresivas que le permiten habitar ampliamente la danza en tanto se ha comprendido como un todo lleno de sentido, un cuerpo vivo con sus propios significados, capaz de representar y modificar simbólicamente al mundo, a través de su movimiento, como resultado de haberlo experimentado.

De lo anterior habría que hacer una distinción: los integrantes y/o alumnos de algunas escuelas y compañías de danza folclórica no siempre son bailarines en el sentido amplio de la palabra, sino que, dependiendo de su formación y experiencia, podrían ser solamente repertoristas.

En la danza folclórica se forman ejecutantes casi siempre en relación a los repertorios, una clasificación pragmática de la danza mexicana para fines educativos con sus propias consecuencias pedagógicas y escénicas. Los repertorios devinieron en cuadros folclóricos, consisten en la puesta en escena de bailes y/o danzas previamente seleccionados y regionalizados de los cuales se bailan unas cuantas piezas musicales afines, estandarizando su ejecución y representación con un diseño coreográfico de figuras simples. Así, se establecieron fórmulas reproduccionistas de los repertorios para su enseñanza y escenificación, paradigma que sostiene a varias escuelas y compañías de danza.

De aquí la distinción, un bailarín no se limita a ejecutar los repertorios aprendidos en tanto se le ha dotado de las herramientas y saberes suficientes para generar un espacio de entendimiento entre su propio cuerpo y el contacto con otras técnicas o danzas de las que esté interesado en aprender. Un repertorista, en cambio, no es funcional más allá del propio espacio y contexto en el que fue formado por lo que, cuando intenta moverse bajo códigos corporales distintos a los acostumbrados, es incapaz de aperturarse a una situación nueva de aprendizaje, por el contrario, puede presentar bloqueos actitudinales y motrices ante sus imposibilidades.

Lo anterior implica reconocer que no en todos los contextos de profesionalización de la danza folclórica se contribuye a consolidar bailarines, si bien pueden dotarlos de ciertos conocimientos, lo que principalmente hacen es instruir gente capaz de ejecutar ciertos repertorios. Si ponemos a revisión de una mirada experta una función de danza folclórica se puede distinguir en qué medida los ejecutantes son bailarines o meros repertoristas. Observando la colocación de los cuerpos en una simple posición, como el hecho de estar de pie, podemos darnos una idea de qué tipo de formación tienen, si han desarrollado una conciencia corporal importante o si podrían carecer de una base técnica sólida y consistente. Sin importar el nivel técnico, es evidente cuando los ejecutantes están encaminados a ser bailarines o si solamente se limitan a reproducir repertorios.

Existen otras particularidades desde dónde identificar repertoristas. Están al tanto de las maneras en las que se ejecuta lo que han aprendido pero carecen de un entendimiento holístico de la danza misma. Suelen ser defensores del ‘estilo’ y de las 'reglas del folclore', pero no cuestionan lo aprendido ni su legitimidad. Pueden inclusive cancelar saberes que le son desconocidos y diferentes a los suyos, aún sin tener fundamentos. Por lo mismo, regularmente demuestran un nivel bajo de apreciación hacia otras maneras de hacer danza escénica y un rechazo parcial o total hacia otras técnicas dancísticas. Un repertorista, además, sucumbe con facilidad a las tendencias de zapatear más rápido y más fuerte como sí eso tuviese verdadero valor en sí mismo. La calidad acústica entre la música y el zapateado no le es distinguible en tanto no sirva como medida de comparación con otros repertoristas. Así, memorizan secuencias, pasos y cuentas que ejecuta en automático, pero no existe en ellos una coherencia gestual que dé sentido a lo que bailan.

Además, quien es repertorista, puede permanecer bastante tiempo en un mismo sitio a pesar de presentar síntomas de estancamiento en su proceso, por lo que probar en otro lado le significa un enfrentamiento consigo mismo que tiende a evitar. En fin, un buen repertorista se aferra a lo que le han enseñado como valor único y mientras intuye cada vez más sus carencias, menos se planteará como posibilidad aprender y crecer en otros contextos.

El bailarín, para serlo, invierte un valioso tiempo de vida en su formación, horas infinitas en las que ha sido salto, caída, impulso, sonido, celeridad, pausa, sincronía; periodos constantes del recordatorio de sí mismo en tanto carne, huesos, sangre, vísceras, sudor, pensamiento y reflexión; días incontables de redescubrimiento entre el placer y el agotamiento, el esfuerzo y el dolor, entre el caos y la relación armoniosa de sus partes; momentos voluntariamente dedicados al dominio corporal mientras explora también las libertades de su movimiento. Todo puesto a disposición para acceder al umbral de la danza, fuera de lo cotidiano, donde el cuerpo se adentra a otro tipo de espacio y temporalidad.

Quienes se forman profesionalmente como bailarines en danza folclórica deesarrollan cualidades que les permiten trabajar en diferentes contextos, se adaptan fácilmente a las necesidades en la ejecución de cada proyecto y crean una red de contactos suficiente para generar oportunidades de trabajo. Lo mismo laboran con agrupaciones de renombre o bien, se involucran en pequeños proyectos haciéndose siempre valer. Los bailarines de danza folclórica se han abierto paso gracias a su constante formación, su complementación con otras técnicas, su experiencia escénica acumulada y a una versatilidad desarrollada a propósito de las características del campo laboral. Por eso mismo, muy difícilmente se adhieren a un solo sitio en tanto no represente un sustento único viable para la vida.

A las compañías de danza folclórica que explotan a sus integrantes y lucran con su trabajo les conviene adiestrar repertoristas más que formar bailarines. Consultando el diccionario adiestrar significa “enseñar a ejecutar determinados movimientos o habilidades siguiendo las órdenes de una persona”. A esto se reduce la enseñanza de la danza, a un simple adiestramiento si no va implícito la construcción de saberes y significados, no solamente de lo ya establecido en los repertorios (que por el bien de la disciplina debería, constantemente, ser cuestionado y problematizado para la generación de nuevos conocimientos), sino desde las características propias de los bailes populares y las danzas tradicionales entendidas como manifestación de lo humano y en relación con las vidas que le han dado vida para una reinterpretación honesta de los cuerpos que las retoman.

La publicación de una selfie con algún vestuario o en algún teatro puede ser suficiente para que los repertoristas se sientan realizados. Los bailarines, para su realización, obedecen a necesidades materiales, corporales, artísticas, cognitivas y espirituales que un repertorista puede anhelar, pero que con dificultad entenderá. Si no se crean puentes formativos y de diálogo entre unos y otros la dignificación de ambas partes seguirá en atraso y afectará aún más a la danza folclórica escénica, en tanto la carencia de auténtico sentido para su continuidad sea definitiva. ¿Cómo identifican sus propios procesos?, ¿tienen consciencia de ellos?, ¿son bailarines o repertoristas?...


¿Bailarín, bailador, repertorista?

domingo, 23 de agosto de 2020

Corrupción y negligencia en el regreso apresurado de las compañías de danza folclórica

Sabemos que en ‘la nueva normalidad’ el regreso de las artes escénicas está programado hasta el final de los demás sectores productivos, siendo la danza de las últimas actividades previstas en retornar por todos los inconvenientes que representa llevarla nuevamente a escena, así al pasar los días de cuarentena y al observar el desarrollo de la pandemia, nos fuimos haciendo a la idea de que seríamos lo último de lo último en regresar.

En el caso de las agrupaciones de danza folclórica hay que considerar que, por sus características, presentan circunstancias particulares que hace difícil pensar en un pronto regreso viable a las labores habituales sin plantearnos situaciones de alto riesgo de contagio: por lo general se conforman por un número considerable de bailarines, sobre todo quienes trabajan bajo el formato de ballet folclórico, y suelen ensayar en espacios cerrados y/o reducidos. Ya de por sí existen compañías que deben adaptar sus ensayos en sitios que no cuentan con las condiciones mínimas para el buen aprendizaje de este tipo de danza (duela, espejos, espacio suficiente, vestidores, sanitarios adecuados, etc.), por lo que hablar de los protocolos a seguir en el contexto de la pandemia para retomar actividades pareciera más bien un trámite que una medida de seguridad.

Además la danza folclórica requiere para su ejecución de cierto desplazamiento espacial constante, interacción entre bailarines y, dependiendo de los repertorios, de acercamiento y contacto físico; imaginar así una función dentro de un teatro en estos tiempos resulta distópico. Si consideramos la capacidad en camerinos, la cantidad y cambios de vestuario y el espacio teatral en general (escenario, desahogo, acceso a foro) queda anulado cualquier intento por mantener la sana distancia. Tomando en cuenta todo lo anterior y pensando en la nueva normalidad, donde hasta el momento en el centro del país continuamos en semáforo naranja con la recién aprobación para la reapertura de teatros con el 25% de aforo, qué probabilidades existen de que reanuden ensayos las grandes y medianas compañías de danza folclórica sin exponer a sus integrantes a escenarios importantes de contagio que puedan derivar en casos como el del Teatro Mariinski de San Petesburgo donde se detectaron alrededor de 30 casos que dieron positivo al test de coronavirus, tres de ellos hospitalizados, lo que obligó a poner en cuarentena a más de trescientos trabajadores del arte relacionados con esa institución cultural y a la postergación de eventos programados con todas sus consecuencias.

Si todos los protocolos de seguridad diseñados para los hospitales no han sido garantía para evitar el contagio de miles de profesionales de la salud, ¿qué se puede augurar para los directores y bailarines dedicados a la danza folclórica que se empeñan en regresar cuando su celeridad no representa en sí misma la necesidad de una actividad económica?

Hay que recordar que, para entender en qué consiste el regreso a la nueva normalidad y la asignación de color en el semáforo epidemiológico, las actividades económicas se clasificaron en esenciales y no esenciales. En esta clasificación está la disyuntiva. Si bien los teatros y eventos culturales están considerados como actividad económica no esencial, ¿en qué clasificación entran los grupos que no fungen como actividad económica más allá de quien las dirige, es decir, que no generan empleos?

Aunque en la Ciudad de México existen algunas agrupaciones de danza folclórica que pagan funciones a sus bailarines y al menos tres de ellas también pagan ensayos, paralelamente existen compañías que, aunque generan ingresos a partir del trabajo de quienes las integran, no representa para ellos una actividad económica al no recibir un valor proporcional de lo producido por su labor, por el contrario, hay casos donde además resultan ser también promotores y patrocinadores de las funciones al comisionarles un determinado boletaje para ser vendido que básicamente es adquirido por sus propios familiares y amigos ante el fracaso de la creación de públicos.

Dentro del plan de reactivación económica no se contempla el seguimiento de las políticas públicas para el sector artístico-cultural, lo que posibilita que este tipo de compañías obtengan apoyos, espacios y presupuestos importantes como resultado de un acto de corrupción en tanto continúen disfrazando a sus integrantes como trabajadores del arte cuando no lo son, sino que viven de otra profesión o aún dependen de sus familias y toman la danza como una actividad alterna, así los directivos se aprovechan fácilmente de su disponibilidad y disposición para obtener buenos ingresos sin generar empleos.

En el caso de quienes no ejercen la danza como profesión, las ansias de regresar al salón de clase y seguir viviendo la experiencia escénica puede llevar a decisiones imprudentes, ingenuas y riesgosas, exponiendo su propia salud y la de los suyos. De nada sirve llevar acabo todos los protocolos de seguridad y tener un espacio adecuado de ensayo si deben trasladarse en transporte público, precisamente esos traslados aglomerados deben evitarse en estos momentos pandémicos por ser innecesarios ya que, como se expuso anteriormente, no forma parte de las implicaciones de una actividad económica, ya sea esencial o no esencial.

Y de parte de los directivos es una decisión alevosamente apresurada cuando el número de contagios, hospitalizados y fallecidos por Covid-19 en la CDMX y área metropolitana claramente nos indica que aún no es tiempo de volver. Coaccionar a los bailarines para reanudar actividades es un comportamiento poco ético e irresponsable pues, en el afán de seguir llenando las arcas propias, ponen en riesgo su integridad olvidando que ellos son el sustento de cualquier compañía; sin bailarines no hay danza. Violencia, explotación, negligencia y corrupción dentro de las instituciones dancísticas pueden ser temas tabú para quienes ansían pertenecer al sistema y optan por seguir la tendencia a la simulación, pero afortunadamente, a propósito de la pausa obligatoria, los jóvenes se están aperturando cada vez más hacia estos temas. Después de las pérdidas personales, de la ruptura de lo cotidiano, de vivir el encierro y el aislamiento, de perder el valioso contacto físico de quienes amamos, después de ser afortunados y haber sobrevivido una pandemia y ser testigos de cómo cambia el mundo a partir de ella, ¿volveremos a las mismas prácticas inútiles, deleznables, corruptas y complacientes?... Usar la voz propia a pesar del miedo podría ser el primer gran paso, regresar a lo mismo es seguir siendo cómplices.

¿Bailar o no bailar con Los Tigres del Norte? ¿Ser o no ser un pordiosero de la danza?

‘Caimanear’ es una práctica normalizada en el mundo de la danza folclórica, aunque no está reconocido por la RAE, es un verbo de uso común q...