Hablar
de una formación dancística implica abarcar distintas áreas de conocimiento que
en conjunto y bien articuladas pueden incidir de manera efectiva en la
construcción de un bailarín en potencia. La palabra formación proviene del
latín formatio que significa otorgar
forma a un todo a partir de la integración de sus elementos. Un bailarín
enteramente formado posee cualidades de razonamiento, sensitivas, físicas, técnicas y expresivas que le
permiten habitar ampliamente la danza en tanto se ha comprendido como un todo
lleno de sentido, un cuerpo vivo con sus propios significados, capaz de representar
y modificar simbólicamente al mundo, a través de su movimiento, como resultado
de haberlo experimentado.
De
lo anterior habría que hacer una distinción: los integrantes y/o alumnos de algunas escuelas y compañías
de danza folclórica no siempre son bailarines en el sentido amplio de la
palabra, sino que, dependiendo de su formación y experiencia, podrían
ser solamente repertoristas.
En
la danza folclórica se forman ejecutantes casi siempre en relación a los repertorios, una clasificación pragmática de la danza mexicana para fines educativos
con sus propias consecuencias pedagógicas y escénicas. Los repertorios devinieron
en cuadros folclóricos, consisten en la puesta en escena de bailes y/o danzas previamente seleccionados y regionalizados de los cuales se bailan unas cuantas
piezas musicales afines, estandarizando su ejecución y representación con un
diseño coreográfico de figuras simples. Así, se establecieron fórmulas reproduccionistas de los repertorios para su enseñanza y escenificación, paradigma que sostiene a varias escuelas y compañías
de danza.
De
aquí la distinción, un bailarín no se limita a ejecutar los repertorios
aprendidos en tanto se le ha dotado de las herramientas y saberes suficientes para generar un espacio de entendimiento entre su propio cuerpo y
el contacto con otras técnicas o danzas de las que esté interesado en aprender.
Un repertorista, en cambio, no es funcional más allá del propio espacio y
contexto en el que fue formado por lo que, cuando intenta moverse bajo códigos corporales
distintos a los acostumbrados, es incapaz de aperturarse a una situación nueva de
aprendizaje, por el contrario, puede presentar bloqueos actitudinales y motrices
ante sus imposibilidades.
Lo anterior implica reconocer que no en todos los contextos de profesionalización de la danza folclórica se contribuye a consolidar bailarines, si bien pueden dotarlos de ciertos conocimientos, lo que principalmente hacen es instruir gente capaz de ejecutar ciertos repertorios. Si ponemos a revisión de una mirada experta una función de danza folclórica se puede distinguir en qué medida los ejecutantes son bailarines o meros repertoristas. Observando la colocación de
los cuerpos en una simple posición, como el hecho de estar de pie, podemos darnos una idea de qué tipo de formación tienen, si han desarrollado una
conciencia corporal importante o si podrían carecer de una base técnica sólida
y consistente. Sin importar el nivel técnico, es evidente cuando los ejecutantes están encaminados a ser bailarines o si solamente se limitan a reproducir repertorios.
Existen otras particularidades desde dónde identificar repertoristas. Están al
tanto de las maneras en las que se ejecuta lo que han aprendido pero carecen de un entendimiento holístico de la danza misma.
Suelen ser defensores del ‘estilo’ y de las 'reglas del folclore', pero no
cuestionan lo aprendido ni su legitimidad. Pueden inclusive cancelar saberes
que le son desconocidos y diferentes a los suyos, aún sin tener fundamentos.
Por lo mismo, regularmente demuestran un nivel bajo de apreciación hacia otras
maneras de hacer danza escénica y un rechazo parcial o total hacia otras
técnicas dancísticas. Un repertorista, además, sucumbe con facilidad a las tendencias de
zapatear más rápido y más fuerte como sí eso tuviese verdadero valor en sí mismo. La
calidad acústica entre la música y el zapateado no le es distinguible en tanto no
sirva como medida de comparación con otros repertoristas. Así, memorizan secuencias, pasos y cuentas que ejecuta en automático, pero no existe en ellos una
coherencia gestual que dé sentido a lo que bailan.
Además,
quien es repertorista, puede permanecer bastante tiempo en un mismo sitio a pesar de presentar síntomas de estancamiento en su proceso, por lo que probar en
otro lado le significa un enfrentamiento consigo mismo que tiende a evitar. En
fin, un buen repertorista se aferra a lo que le han enseñado como valor único y
mientras intuye cada vez más sus carencias, menos se planteará como posibilidad aprender y crecer en otros contextos.
El
bailarín, para serlo, invierte un valioso tiempo de vida en su formación, horas
infinitas en las que ha sido salto, caída, impulso, sonido, celeridad, pausa, sincronía;
periodos constantes del recordatorio de sí mismo en tanto carne, huesos, sangre,
vísceras, sudor, pensamiento y reflexión; días incontables de redescubrimiento entre el placer y el
agotamiento, el esfuerzo y el dolor, entre el caos y la relación armoniosa de
sus partes; momentos voluntariamente dedicados al dominio corporal mientras
explora también las libertades de su movimiento. Todo puesto a disposición para
acceder al umbral de la danza, fuera de lo cotidiano, donde el cuerpo se adentra a otro tipo de espacio y temporalidad.
Quienes se forman profesionalmente como bailarines en danza folclórica deesarrollan cualidades que les permiten trabajar en diferentes contextos, se adaptan
fácilmente a las necesidades en la ejecución de cada proyecto y crean una red de contactos suficiente para generar oportunidades de
trabajo. Lo mismo laboran con agrupaciones de renombre o bien, se involucran en pequeños proyectos haciéndose siempre valer. Los bailarines
de danza folclórica se han abierto paso gracias a su constante formación, su
complementación con otras técnicas, su experiencia escénica acumulada y a una versatilidad desarrollada a
propósito de las características del campo laboral. Por eso mismo, muy
difícilmente se adhieren a un solo sitio en tanto no represente un sustento
único viable para la vida.
A
las compañías de danza folclórica que explotan a sus integrantes y lucran con su trabajo les
conviene adiestrar repertoristas más que formar bailarines. Consultando el diccionario adiestrar significa “enseñar a ejecutar
determinados movimientos o habilidades siguiendo las órdenes de una persona”. A
esto se reduce la enseñanza de la danza, a un simple adiestramiento si no va
implícito la construcción de saberes y significados, no solamente de lo ya establecido en los repertorios (que por el bien de la disciplina debería, constantemente, ser cuestionado y problematizado para la generación de nuevos conocimientos), sino desde las características propias de los bailes populares y las danzas tradicionales entendidas como manifestación de lo humano y en relación con las vidas que le han dado vida para una reinterpretación honesta de los cuerpos que las retoman.
La
publicación de una selfie con algún vestuario o en algún teatro puede ser suficiente
para que los repertoristas se sientan realizados. Los bailarines, para su
realización, obedecen a necesidades materiales, corporales, artísticas, cognitivas y
espirituales que un repertorista puede anhelar, pero que con dificultad
entenderá. Si no se crean puentes formativos y de diálogo entre unos y otros la
dignificación de ambas partes seguirá en atraso y afectará aún más a la danza
folclórica escénica, en tanto la carencia de auténtico sentido para su continuidad sea
definitiva. ¿Cómo identifican sus propios procesos?, ¿tienen consciencia de ellos?,
¿son bailarines o repertoristas?...