Sabemos
que en ‘la nueva normalidad’ el regreso de las artes escénicas está programado hasta el final de los demás sectores productivos, siendo la danza de las últimas
actividades previstas en retornar por todos los inconvenientes que representa
llevarla nuevamente a escena, así al pasar los días de cuarentena y al observar
el desarrollo de la pandemia, nos fuimos haciendo a la idea de que
seríamos lo último de lo último en regresar.
En
el caso de las agrupaciones de danza folclórica hay que considerar que, por sus
características, presentan circunstancias particulares que hace difícil pensar en un pronto regreso viable a las labores habituales sin plantearnos situaciones de alto
riesgo de contagio: por lo general se conforman por un número considerable
de bailarines, sobre todo quienes trabajan bajo el formato de ballet
folclórico, y suelen ensayar en espacios cerrados y/o reducidos. Ya de por sí
existen compañías que deben adaptar sus ensayos en sitios que no cuentan con
las condiciones mínimas para el buen aprendizaje de este tipo de danza (duela,
espejos, espacio suficiente, vestidores, sanitarios adecuados, etc.), por lo que hablar de
los protocolos a seguir en el contexto de la pandemia para retomar actividades
pareciera más bien un trámite que una medida de seguridad.
Además
la danza folclórica requiere para su ejecución de cierto desplazamiento espacial constante, interacción entre bailarines y, dependiendo de los repertorios, de
acercamiento y contacto físico; imaginar así una función dentro de un teatro en estos tiempos resulta distópico. Si consideramos la capacidad en camerinos, la cantidad y cambios de vestuario y el espacio teatral en general (escenario, desahogo, acceso a foro) queda anulado cualquier intento por mantener la sana distancia. Tomando en cuenta todo lo anterior y pensando
en la nueva normalidad, donde hasta el momento en el centro del país
continuamos en semáforo naranja con la recién aprobación para la reapertura de
teatros con el 25% de aforo, qué probabilidades existen de que reanuden
ensayos las grandes y medianas compañías de danza folclórica sin exponer a sus
integrantes a escenarios importantes de contagio que puedan derivar en casos
como el del Teatro Mariinski de San Petesburgo donde se detectaron alrededor de
30 casos que dieron positivo al test de coronavirus, tres de ellos
hospitalizados, lo que obligó a poner en cuarentena a más de trescientos
trabajadores del arte relacionados con esa institución cultural y a la
postergación de eventos programados con todas sus consecuencias.
Si
todos los protocolos de seguridad diseñados para los hospitales no han sido
garantía para evitar el contagio de miles de profesionales de la salud, ¿qué se
puede augurar para los directores y bailarines dedicados a la danza folclórica
que se empeñan en regresar cuando su celeridad no representa en sí misma la necesidad de una actividad económica?
Hay
que recordar que, para entender en qué consiste el regreso a la nueva normalidad
y la asignación de color en el semáforo epidemiológico, las actividades
económicas se clasificaron en esenciales y no esenciales. En esta clasificación
está la disyuntiva. Si bien los teatros y eventos culturales están considerados
como actividad económica no esencial, ¿en qué clasificación entran los grupos
que no fungen como actividad económica más allá de quien las dirige, es decir,
que no generan empleos?
Aunque
en la Ciudad de México existen algunas agrupaciones de danza folclórica que pagan
funciones a sus bailarines y al menos tres de ellas también pagan ensayos,
paralelamente existen compañías que, aunque generan ingresos a partir del trabajo
de quienes las integran, no representa para ellos una actividad económica al no recibir un valor proporcional de lo producido por su labor, por el contrario, hay casos donde además resultan ser también promotores y patrocinadores de las funciones al comisionarles un determinado boletaje para ser vendido que básicamente es adquirido por sus propios
familiares y amigos ante el fracaso de la creación de públicos.
Dentro
del plan de reactivación económica no se contempla el seguimiento de las
políticas públicas para el sector artístico-cultural, lo que posibilita que
este tipo de compañías obtengan apoyos, espacios y presupuestos importantes como resultado de un acto de corrupción en tanto continúen disfrazando a sus integrantes como trabajadores del arte
cuando no lo son, sino que viven de otra profesión o aún
dependen de sus familias y toman la danza como una actividad alterna, así los directivos se aprovechan fácilmente de su disponibilidad y disposición para obtener buenos ingresos sin generar empleos.
En
el caso de quienes no ejercen la danza como profesión, las ansias de regresar
al salón de clase y seguir viviendo la experiencia escénica puede llevar a
decisiones imprudentes, ingenuas y riesgosas, exponiendo su propia salud y la de los
suyos. De nada sirve llevar acabo todos los protocolos de seguridad y tener un espacio adecuado de ensayo si deben trasladarse en transporte
público, precisamente esos traslados aglomerados deben evitarse en estos
momentos pandémicos por ser innecesarios ya que, como se expuso anteriormente,
no forma parte de las implicaciones de una actividad económica, ya sea esencial
o no esencial.
Y
de parte de los directivos es una decisión alevosamente apresurada cuando el número de contagios, hospitalizados y fallecidos por Covid-19 en la CDMX y área metropolitana claramente nos indica que aún no es tiempo de volver. Coaccionar a los bailarines para reanudar actividades es un comportamiento poco ético e irresponsable pues, en el afán de seguir llenando las arcas propias, ponen en riesgo su integridad olvidando que ellos son el sustento de
cualquier compañía; sin bailarines no hay danza. Violencia, explotación,
negligencia y corrupción dentro de las instituciones dancísticas pueden ser temas tabú para quienes ansían pertenecer al sistema y optan por seguir
la tendencia a la simulación, pero afortunadamente, a propósito de la pausa
obligatoria, los jóvenes se están aperturando cada vez más hacia estos temas.
Después de las pérdidas personales, de la ruptura de lo cotidiano, de vivir el
encierro y el aislamiento, de perder el valioso contacto físico de quienes
amamos, después de ser afortunados y haber sobrevivido una pandemia y ser
testigos de cómo cambia el mundo a partir de ella, ¿volveremos a las mismas
prácticas inútiles, deleznables, corruptas y complacientes?... Usar la voz
propia a pesar del miedo podría ser el primer gran paso, regresar a lo mismo
es seguir siendo cómplices.
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