miércoles, 28 de abril de 2021

Un año después, El Blog del Bailarín Folclórico.


En el 2020 el mundo se detuvo, la nueva pandemia lo cambió todo para casi todos. La danza se apaciguó y aquellos que estábamos acostumbrados a estar constantemente en movimiento debimos reacomodar nuestras actividades habituales y, con ello, la vida misma. Ante el impedimento de desplazarnos de manera común y la prohibición del contacto constante, bailar con los nuestros se volvió peligroso. Las escuelas dejaron de ser habitadas, las agrupaciones quedaron inactivas, en los salones las duelas enmudecieron y los teatros cerraron telones y puertas indefinidamente.

Hace mucho no se vivían momentos de tal incertidumbre, quedó expuesta la fragilidad institucional sobre la cual se ha construido la danza escénica en este país e hizo más que evidente su vulnerabilidad.

Aunque al principio parecíamos estar en negación llevando desesperadamente la danza a la virtualidad por no querer parar así de pronto, al pasar los días asumimos que la interrupción sería larga y definitiva. Detenerse inevitablemente nos hizo pensar... y pensar no siempre es agradable, suele ser agotador, pero es necesario si queremos saber quiénes somos, por qué hacemos lo que hacemos y para qué.

La gran maquinaria social contemporánea nos impide pensar con calma, el ritmo de la vida citadina condiciona vivirla siempre buscando algo más: una próxima ida, un siguiente ensayo, una nueva función, un nuevo escenario, el siguiente proyecto, el próximo logro… pero detenerse ¡nunca!... ¿Cómo guardar la calma en momentos como estos si en la danza se nos ha exigido siempre ser algo más de lo que ya somos?, a veces sin importar lo que sea o como sea, solo más y más.

Danzar implica detenerse a reflexionar, sino solo queda el movimiento. Vacío, impostor, infértil movimiento.

Pensar, pensarse, pensarnos. La angustia, la ansiedad, la presión social, el aplauso a cualquier costa, lo políticamente correcto, lo malamente normalizado. Reflexión, reflexionar, reflejar. La susceptibilidad del ego, el hartazgo, la violencia, los elitismos malhabidos, los cuerpos maltratados, fragmentados, explotados, reducidos, incomprendidos, engañados.

Así surge El Blog del Bailarín Folclórico, escribiendo detenidamente sobre ciertos cuestionamientos en torno a la danza, específicamente la danza folclórica en México. Las preguntas no vienen de la nada, algunas ya habían sido formuladas por otras personas en diferentes momentos, otras llegan al mismo tiempo que se redacta, incluso hay las que aún no encuentran respuesta pero que, al pensarlas lo suficiente, pueden ser reelaboradas para dar paso a otras interrogantes.

Los primeros textos tuvieron un alcance limitado. Fue hasta meses después del encierro prolongado que, por alguna razón, los lectores se fueron acumulando hasta llegar a números que nunca hubiera imaginado, varios de ellos, gente proveniente de los más insospechados países… ¿cuáles son sus rostros?, ¿cómo llegaron aquí?, ¿encontraron algo mínimamente valioso?, ¿les fue útil?, ¿cuáles son sus historias?...

Pareciera que, mientras más alejados estábamos de aquella cotidianidad que ya no volverá, la disposición a cuestionarnos fuese mayor y creciera al mismo tiempo el interés por conocer la opinión de otros.

La necesidad de adecuarnos al espacio virtual hizo posible escuchar otras voces, de otras latitudes, conocer su labor, saber que, aunque lejos, hay más gente con la que podemos identificarnos; que a pesar de lo que comúnmente nos hacen creer, no estamos solos y que afortunadamente existen muchas más personas en la misma sintonía de intentar crear las condiciones suficientes para que la danza surja alejada de los viejos vicios, de las prácticas rancias y deleznables, de la falsedad disfrazada.

A un año de construir este espacio, entre letras y pensamientos, he aprendido varias cosas. Un año después descubrí que un ‘me divierte’ en Facebook, dependiendo de quien provenga, podría carecer de inocencia y ser violento en tanto la intención sea minimizar lo que dice alguien más, mellar su trabajo, ridiculizar lo incómodo de ese otro pensar. También aprendí que es mucho más fácil criticar a quien trabaja de manera independiente que a aquél que es respaldado por alguna institución de renombre, mucho más fácil que tener la valentía que hoy por hoy han demostrado las estudiantes del INBAL, por ejemplo, que están en plena lucha de sus derechos, un movimiento al que mucha de la gente reconocida en la danza ha decidido hacer de la vista gorda.

Un año después descubro que, ante el bombardeo mediático al que estamos sobreexpuestos todos los días en los medios audiovisuales, la palabra escrita sigue conservando su poder, un poder que permite abrir otros horizontes y establecer nexos entre tiempos y espacios impensables.

También me di cuenta de la indiferencia que caracteriza al gremio. No sabemos qué pasa con la danza en los diferentes contextos, cuáles son las instituciones al respecto, cómo funcionan y quiénes las integran, a quién acudir cuando se necesita información, orientación y/o ayuda, cuáles son las inquietudes de los niños y jóvenes que están aprendiendo, qué necesidades los motivan... muchas de las veces ni siquiera ponemos atención a los males que nos aquejan y mucho menos se dialoga. ¿Cómo daremos respuesta entonces a los retos actuales? ¿Anhelamos volver a lo mismo?

Ojalá mucha más gente de danza disponga sus historias en palabras escritas, que compartan sus saberes, vivencias, reflexiones, experiencias, para que podamos consultarlo todas las veces que sea necesario, para dejar de oír siempre las mismas voces grises, huecas, impositivas, de aquellos que hacen un mal uso del poder, del lugar privilegiado, aquellos que dan una cara amable al exterior pero que, a puerta cerrada, dentro del salón, son los peores. Seguramente tendrán ya un ejemplo en mente y si no, quizá sean ustedes.

Cuando me di cuenta que ‘el blog’ cumpliría un año, me imaginé en un festejo personal, a solas, con mi laptop. Luego lo pensé mejor, si tú que me lees lo permites, quiero festejar contigo, en agradecimiento por haber puesto interés en un proyecto independiente, avalado por nadie pero hecho para todos y que, además, permitió visibilizar mi trabajo y abrirme paso en medio de la pandemia. Al final creo que eso de que “tu trabajo te respalda” más allá de lo puedas decir de ti mismo es muy cierto, por eso hay que cuidar lo que se dice en el hacer.

Gracias por no dejarme solo y, de alguna manera, por permitirme acompañarte también. A ti que me has leído, independientemente de la razón por la que lo hayas hecho o si media entre nosotros el desacuerdo, te dedico la siguiente cita:



¿Bailar o no bailar con Los Tigres del Norte? ¿Ser o no ser un pordiosero de la danza?

‘Caimanear’ es una práctica normalizada en el mundo de la danza folclórica, aunque no está reconocido por la RAE, es un verbo de uso común q...