En el 2020 el mundo se detuvo, la nueva pandemia lo cambió
todo para casi todos. La danza se apaciguó y aquellos que estábamos
acostumbrados a estar constantemente en movimiento debimos reacomodar
nuestras actividades habituales y, con ello, la vida misma. Ante el impedimento
de desplazarnos de manera común y la prohibición del contacto constante, bailar
con los nuestros se volvió peligroso. Las escuelas dejaron de ser habitadas,
las agrupaciones quedaron inactivas, en los salones las duelas enmudecieron y
los teatros cerraron telones y puertas indefinidamente.
Hace mucho no se vivían momentos de tal incertidumbre, quedó
expuesta la fragilidad institucional sobre la cual se ha construido la danza escénica
en este país e hizo más que evidente su vulnerabilidad.
Aunque al principio parecíamos estar en negación llevando
desesperadamente la danza a la virtualidad por no querer parar así de pronto,
al pasar los días asumimos que la interrupción sería larga y definitiva.
Detenerse inevitablemente nos hizo pensar... y pensar no siempre es agradable, suele ser agotador,
pero es necesario si queremos saber quiénes somos, por qué hacemos lo que
hacemos y para qué.
La gran maquinaria social contemporánea nos impide pensar
con calma, el ritmo de la vida citadina condiciona vivirla siempre buscando algo
más: una próxima ida, un siguiente ensayo, una nueva función, un nuevo
escenario, el siguiente proyecto, el próximo logro… pero detenerse ¡nunca!... ¿Cómo
guardar la calma en momentos como estos si en la danza se nos ha exigido siempre ser algo más de lo que ya somos?, a veces sin importar
lo que sea o como sea, solo más y más.
Danzar implica detenerse a reflexionar, sino solo queda el
movimiento. Vacío, impostor, infértil movimiento.
Pensar, pensarse, pensarnos. La angustia, la ansiedad, la
presión social, el aplauso a cualquier costa, lo políticamente correcto, lo
malamente normalizado. Reflexión, reflexionar, reflejar. La susceptibilidad del
ego, el hartazgo, la violencia, los elitismos malhabidos, los cuerpos
maltratados, fragmentados, explotados, reducidos, incomprendidos, engañados.
Así surge El Blog del Bailarín Folclórico, escribiendo
detenidamente sobre ciertos cuestionamientos en torno a la danza,
específicamente la danza folclórica en México. Las preguntas no vienen de la
nada, algunas ya habían sido formuladas por otras personas en diferentes
momentos, otras llegan al mismo tiempo que se redacta, incluso hay las que aún
no encuentran respuesta pero que, al pensarlas lo suficiente, pueden ser
reelaboradas para dar paso a otras interrogantes.
Los primeros textos tuvieron un alcance limitado. Fue hasta
meses después del encierro prolongado que, por alguna razón, los lectores se
fueron acumulando hasta llegar a números que nunca hubiera imaginado, varios de
ellos, gente proveniente de los más insospechados países… ¿cuáles son sus
rostros?, ¿cómo llegaron aquí?, ¿encontraron algo mínimamente valioso?, ¿les fue
útil?, ¿cuáles son sus historias?...
Pareciera que, mientras más alejados estábamos de aquella
cotidianidad que ya no volverá, la disposición a cuestionarnos fuese mayor y
creciera al mismo tiempo el interés por conocer la opinión de otros.
La necesidad de adecuarnos al espacio virtual hizo
posible escuchar otras voces, de otras latitudes, conocer su labor, saber que,
aunque lejos, hay más gente con la que podemos identificarnos; que a pesar de
lo que comúnmente nos hacen creer, no estamos solos y que afortunadamente
existen muchas más personas en la misma sintonía de intentar crear las
condiciones suficientes para que la danza surja alejada de los viejos vicios,
de las prácticas rancias y deleznables, de la falsedad disfrazada.
A un año de construir este espacio, entre letras y
pensamientos, he aprendido varias cosas. Un año después descubrí que un ‘me
divierte’ en Facebook, dependiendo de quien provenga, podría carecer de
inocencia y ser violento en tanto la intención sea minimizar lo que dice alguien más, mellar su trabajo, ridiculizar lo incómodo de ese otro pensar. También
aprendí que es mucho más fácil criticar a quien trabaja de manera independiente
que a aquél que es respaldado por alguna institución de renombre, mucho más fácil
que tener la valentía que hoy por hoy han demostrado las estudiantes del INBAL,
por ejemplo, que están en plena lucha de sus derechos, un movimiento al que
mucha de la gente reconocida en la danza ha decidido hacer de la vista gorda.
Un año después descubro que, ante el bombardeo mediático al
que estamos sobreexpuestos todos los días en los medios audiovisuales, la
palabra escrita sigue conservando su poder, un poder que permite abrir otros
horizontes y establecer nexos entre tiempos y espacios impensables.
También me di cuenta de la indiferencia que caracteriza al
gremio. No sabemos qué pasa con la danza en los diferentes contextos, cuáles son
las instituciones al respecto, cómo funcionan y quiénes las integran, a quién
acudir cuando se necesita información, orientación y/o ayuda, cuáles son las inquietudes de los niños y jóvenes que están aprendiendo, qué necesidades los motivan... muchas de las
veces ni siquiera ponemos atención a los males que nos aquejan y mucho menos se
dialoga. ¿Cómo daremos respuesta entonces a los retos actuales? ¿Anhelamos
volver a lo mismo?
Ojalá mucha más gente de danza disponga sus historias en
palabras escritas, que compartan sus saberes, vivencias, reflexiones,
experiencias, para que podamos consultarlo todas las veces que sea necesario,
para dejar de oír siempre las mismas voces grises, huecas, impositivas, de
aquellos que hacen un mal uso del poder, del lugar privilegiado, aquellos que
dan una cara amable al exterior pero que, a puerta cerrada, dentro del salón,
son los peores. Seguramente tendrán ya un ejemplo en mente y si no, quizá sean
ustedes.
Cuando me di cuenta que ‘el blog’ cumpliría un año, me
imaginé en un festejo personal, a solas, con mi laptop. Luego lo pensé mejor,
si tú que me lees lo permites, quiero festejar contigo, en agradecimiento
por haber puesto interés en un proyecto independiente, avalado por
nadie pero hecho para todos y que, además, permitió visibilizar mi trabajo y
abrirme paso en medio de la pandemia. Al final creo que eso de que “tu trabajo
te respalda” más allá de lo puedas decir de ti mismo es muy cierto, por eso hay
que cuidar lo que se dice en el hacer.
Gracias por no dejarme solo y, de alguna manera, por
permitirme acompañarte también. A ti que me has leído, independientemente de la
razón por la que lo hayas hecho o si media entre nosotros el desacuerdo, te
dedico la siguiente cita:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario