Vivir
en una sociedad que históricamente se ha caracterizado por sistematizar la
violencia nos hace susceptibles de padecerla y, al mismo tiempo, nos coloca en
posición de ejercerla con facilidad, no precisamente como un acto premeditado
sino más bien como consecuencia de su normalización. Así, es posible que surjan
corrientes de pensamiento encaminadas a reproducir discursos de odio y que,
básicamente, se sustentan en imaginarios sociales sobre el ‘deber ser’ que poco
tienen que ver con lo real, imposiciones forjadas culturalmente que, desde el
ejercicio del poder, limitan nuestro campo de acción y pensamiento. De ahí que
la lucha de la comunidad LGBT, del movimiento feminista, de las organizaciones
que buscan a los desaparecidos o los levantamientos indígenas en defensa de la
tierra coincidan en hacer evidente cómo se configuran y se interrelacionan las
violencias de las que son víctimas, desde aquellas cotidianas casi imperceptibles hasta las
que engendran grandes tragedias como el Holocausto.
En
los usos y costumbres de la danza folclórica también se gestan microviolencias
que nos incumben y afectan a todos, regularmente se ejercen haciendo
señalamientos alejados de cualquier examen crítico de los hechos y suelen
incitar más a la denostación o al linchamiento que a una reflexión oportuna del
hacer dancístico.
Para
ejemplificar de qué hablo recurriré a compartir experiencias personales, momentos
incómodos que me hicieron sentir vulnerado, ya con el tiempo entendí que había
sido víctima de estas pequeñas violencias.
En
una ocasión sugerí reestructurar una danza para fines escénicos con la
intención de cumplir con los tiempos estipulados para su representación, recibí
una respuesta tajante: “no se puede porque pierde su esencia”. Cuando quien
está al frente dice algo parecido ¿qué se puede hacer para entablar un área de
entendimiento?... No mucho, así que ordené las ideas para comprender lo
sucedido y externé los cuestionamientos a mis buenos maestros… ¿A qué se
refieren cuando hablan de la ‘esencia’?, ¿cómo la vemos?, ¿bajo qué parámetros
la identificamos?, ¿cómo se determina de manera objetiva que una danza, sacada
de su contexto, aún conserva su ‘esencia’?, ¿con qué fin se intenta resguardar
la ‘esencia’ de algo que no nos pertenece?... No obtuve una respuesta
concluyente o explicativa al respecto, sin embargo hicieron que me diera cuenta
de algo más: cuando se recurre a términos ilusorios o desdibujados en cuanto al
conocimiento de un baile o una danza, como la ‘esencia’, no es
posible diferir. El propósito era anularme, no dialogar.
Una
vez tomando clase de técnica con una malhumorada profesora, nos indicaba de
manera recalcitrante, “estás mal, así no es”, y en lugar de explicar, corregir
o buscar una ruta distinta desde donde pudiésemos entender cuál era el error,
se limitaba a seguir repitiendo esa frase, cada vez más subida de tono; como
bola de nieve crecía la tensión en el ambiente incrementando a su vez los
bloqueos para el aprendizaje. No entendíamos qué hacíamos mal y ella se mostraba
más sulfurada que nunca. Decir abiertamente que alguien está
equivocado de manera hostil y sin explicar por qué, imposibilita cualquier tipo de aprendizaje que pueda
surgir del error.
Hablar francamente sobre ciertos temas que pueden resultar incómodos dados su
procedencia y veracidad o que inviten a cuestionar el ejercicio del poder de
ciertas élites de la danza o de círculos hegemónicos amparados por alguna
institución, también me ha colocado en riesgo de violencia. Desde debates donde
el tema central da un giro curioso para establecer juicios de valor personales aún sin conocerme y por ende sin saber de qué trata mi trabajo, hasta
bailarines empíricos que retan a partir de la comparación en el intento de
desprestigiar, pasando por actos para obstaculizar mi labor, me ha tocado vivenciar diversas situaciones en las que, para no contribuir a la
cadena de microagresiones, he recurrido a un ejercicio autocrítico para dar la vuelta al asunto y desde una nueva perspectiva defender o corregir mi postura, según amerite el caso. No es fácil. Este tipo de
violencia tiende a volverse cada vez más personal cuando nos colocan, a
propósito y sin razón, en el centro del escarnio público.
Estos ejemplos sirven para darnos cuenta cómo la escalada de violencia se construye desde este tipo de experiencias particulares comunes hasta amplificarse en discursos de odio como el que se ha desatado recientemente en contra de la Compañía Nacional de Danza Folklórica (CNDF). Del "ya le quitaron su esencia", "eso no se baila así", "desvirtúan la danza", al "ojalá les de covid", "quémenlos", "parece gusano", hay un solo paso.
Sus
presentaciones en Heraldo TV han dado pie a un sinnúmero de muestras de rechazo
y repudio a su trabajo por la falta de relación con lo que actualmente se hace
en cada estado. No vamos a replicar aquí los amplios comentarios más agresivos, muchos con
clara violencia hasta el punto de ser vergonzosos. Lo que intento explicar, a manera de hipótesis, es de dónde provienen estos ataques, qué nos quiere decir sobre cómo se ha construido la danza folclórica y de cuál es la situación actual de la CNDF.
Hay un tipo de odio que nace de los nacionalismos, cierta xenofobia contagiosa desde donde la violencia es proclive de volverse ideología, como por ejemplo el nazismo. La danza folclórica mayormente conocida es, precisamente, nacionalista; desde un inicio se le adjudicó la pretensión de representarnos como nación. Así nos presentaron a una china poblana con los colores de la bandera y lo aceptamos, reagruparon un mariachi vestido de charro al que le agregaron trompetas y nos convencieron, nos enseñaron a sentirnos orgullosos de un pasado indígena imperialista carente de relación directa con los indígenas vivos y nos la creímos, así como creemos que cada repertorio de la danza folclórica mexicana representa per se a un estado en cuestión, aunque mucho de ello haya pasado por varios filtros o simplemente sean inventos que no siempre corresponden con la diversidad cultural de cada territorio.
Desde este punto de vista podemos señalar cómo es que, en ciertos sectores, la crítica para quienes
hacen danza folclórica se ha banalizado hasta transformarse en expresiones violentas. Si nos enseñaron que un cierto género dancístico ejecutado
de una manera específica nos representa por haber nacido en tal o cual estado
asignado, y eso lo hemos adoptado como muestra de lo que somos al mundo, eran
de esperarse las reacciones de disgusto al no coincidir lo que han aprendido con
lo visto. Esto podría ser consecuencia de aquello cimentado en el engaño. Pablo
Parga ya nos había advertido: “El tiempo
se ha escapado tratando de encontrar nuestras raíces para saber quiénes somos. No
nos damos cuenta que ya nos están talando".
El danzante no es de la patria, por lo tanto su danza tampoco, pertenecen a un tiempo y a un espacio suyo, construido desde su corazonar, pensamiento y labor, pertenecen a una comunidad, a un grupo, a una familia. Así también nosotros pertenecemos a algo que no está precisamente contenido en los repertorios.
El nacionalismo folclórico ha impedido entender la danza desde lo que somos, se ha dejado de lado su carácter autorreferencial en pos de la nación. Hemos sucumbido al sentimiento de pertenencia y al imaginario sobre ‘lo mexicano’ que proyecta la danza folclórica, pero no sabemos, en lo particular, quiénes somos ni de dónde venimos; defendemos raíces sobrepuestas y no somos capaces de reconstruir nuestro propio árbol genealógico dancístico más allá de nuestros familiares vivos. La historia oficial ha ocasionado que asumirnos mestizos represente, en lo general, el resultado de una mezcla de lo español con lo indio cuando quizá, después de todas las culturas del mundo que han llegado a lo largo de la historia a este país, probablemente no exista rastro de ese ADN en nuestra sangre. Defender los repertorios a ultranza puede significar que estamos defendiendo la suplantación de una identidad a costa de lo que realmente somos. Un tipo de violencia cultural que ha engendrado otro tipo de violencia más directa. El nacionalismo que ha sustentado a las grandes compañías de danza folclórica ahora, en términos de representatividad, se vuelca en su contra.
Bajo
un sentimiento de representación regional, derivado de la danza folclórica
nacionalista, aprendimos a defender los repertorios como inmutables e inamovibles,
hecho que le ha pasado factura a la CNDF, no solamente por los señalamientos
de los cuales han sido objeto, sino también como una de las causas de su decadencia.
Han pasado por alto que la danza también cambia conforme cambia la sociedad.
La
falta de actualización y la política de no permitir que nadie más que los que
se han formado desde su interior puedan dirigir la compañía (otra vez
cierta xenofobia, como rechazo a lo externo), ha ocasionado una serie de
problemas acumulados con el pasar de los años que, dejando de lado los
comentarios violentos, también se ha puesto en evidencia a través de las redes.
Quienes
han dirigido la CNDF desde que el profesor Vallejo dejó de hacerlo hasta
quienes hoy se encuentran al frente, han intentado mantener intactos los 'cuadros' cual si fueran objetos, no tomaron en cuenta que hasta el objeto mejor
cuidado tiende a erosionarse después de cierto tiempo. Los repertorios se
perciben ya deteriorados e indefinidos, lejos de cualquier crítica en cuanto a
su ejecución y en el entendido que, como todos, van
retomando actividades presenciales después de una importante pausa, es evidente que los cuadros de la compañía han sufrido una suerte de desgaste hasta devenir en un
anacronismo del cual ahora son víctimas.
Hace
unos días el INBAL subió a redes el vídeo del 40
aniversario de la CNDF en el Palacio de Bellas Artes del 2015. En este material
se puede observar que desde hace varios años acarrean problemas de dirección,
también los usuarios en redes han hecho hincapié en ello. Si bien es notoria la
buena condición física y la voluntad de los bailarines en escena para poder
realizar un programa así de extenso y con esas exigencias, gracias a las
distintas tomas se ofrece suficiente material para identificar los detalles técnicos.
Resaltan los bailarines que tienen carencias básicas formativas de quienes los
sustenta una preparación más formal, muy a pesar de que ejecutan los
repertorios en automático consecuencia del repaso constante,
son evidentes los problemas en los cambios de peso, la falta de claridad en el
zapateado, la ausente relación del cuerpo sobre sus propios ejes, una conciencia corporal difusa, los torsos descolocados, coreografías imprecisas, dificultades en el faldeo, pisadas hechizas, pasos incompletos, noción débil de musicalidad y ritmo, etcétera. Pareciera que, a pesar de tener
ensayos constantes de lunes a viernes, no saben cómo preparar a sus bailarines
más allá de las necesidades de sus propios repertorios.
Si
quienes están al frente no cuentan con una preparación suficiente además de lo
que aprendieron ahí mismo, obviamente se verán rebasados ante los nuevos
conocimientos: métodos de enseñanza-aprendizaje, herramientas coreográficas,
formas de gestión, recreación de los repertorios, nuevas investigaciones y
demás; todo eso soslayado a la vista de un renombre que obtuvieron hace muchos
años y que hoy por hoy ya no se sustenta en su actual trabajo.
Visiblemente la
CNDF ha perdido presencia y vigencia. Desde los comentarios que permiten entrever
que hay quienes apenas tienen conocimiento de su existencia, hasta aquellos que
se han preguntado cómo es que tiene el carácter de ‘Nacional’ dado el trabajo
mostrado, se ha cuestionado su razón de ser, nombramiento y legitimidad.
Este
problema se profundiza cuando se promueven en medios bajo la siguiente
información:
“La enseñanza de las
danzas a los bailarines tiene una peculiaridad, pues además de ser montadas por
experimentados coreógrafos en bailes regionales, también lo hacen los propios
lugareños, ellos enseñan a los chicos cómo es que se baila en su región, a fin,
de que conozcan el origen de la danza.”
A
todas luces esto ya no tiene correspondencia en el presente, quizá así fue en otra época. Aquí tenemos otro problema. Es notorio en los mismos vídeos de Heraldo TV que,
cuando explican de qué trata lo que bailan, desconocen de lo que hablan,
recitan líneas aprendidas previamente que, además, parecen datos tomados al azar de internet, no da la impresión de que sus fuentes sean confiables. Si dicen que lo que bailan
representa a cierto estado y que la indumentaria que visten es la
correspondiente al lugar referido en plena transmisión televisiva, sin contextualizar los tiempos
de su creación y especificar que ha sido adecuado para fines escénicos de la
compañía, exponen a sus bailarines en total desprotección… ¿Sabrán qué es lo que bailan?, ¿por qué bailan?, ¿para qué lo hacen?...
Seguramente
se han visto afectados, es importante recalcar que nada de lo aquí expuesto es personal,
considero totalmente reprobable el despliegue de violencia exacerbada en redes
de la que han hecho eco e incentivado páginas oficiales de contenido informativo. Su imagen
ha sido menoscabada, ¿qué nuevos talentos podrán captar ahora después de tal
exhibición?... Quizá sea momento de regresar a sus orígenes, cuando formaban
bailarines desde cero, muy jovencitos, generaciones enteras a las que la CNDF
les cambió la vida y los llevó a conocer el mundo. Y quizá también, a partir del
recuento de los daños, decidan al fin renovarse.
Vivir de glorias anteriores o anclar su renombre en tiempos pasados sin darle continuidad en el presente, tiene sus consecuencias. De no resolver sus problemas la CNDF seguirá fagocitándose a sí misma hasta desaparecer. Si eso sucede se llevará consigo parte de la historia de la danza folclórica de nuestro país sin vislumbrarse, por lo pronto, alguna iniciativa para reconstruir los hechos que le dieron vida y logros más allá de los datos fríos. Hasta aquí he sido cuidadoso de mantener al margen el nombre de la maestra Nieves, que ya era reconocida por su labor en la danza desde antes que se creara la compañía, no por nada fue la primera directora de la Escuela Nacional de Danza Folklórica. Ella ya está más allá del bien y del mal, seguramente ni enterada está de los acontecimientos, y es lo mejor, ya trabajó toda una vida, justo es dejarla en paz.
Muy buen texto, coincido con el señalamiento de la generación de violencia dentro de la práctica de la danza folklórica y que parece una práctica normal y correcta al grado que, si no se ejerce, no se demuestran el falso conocimiento de la danza.
ResponderBorrarPor otro lado quienes se atreven a crear montajes escénicos deben capacitarse continuamente en disciplinas que ayuden a la formación de sus ejecutantes, que no necesariamente deben ser bailarines de profesión pero que deben contar con una preparación física y mental para lograr el objetivo de transmitir la idea del coreógrafo y/o creador de las obras.
Finalmente, la evolución de la sociedad también conlleva una evolución en las expresiones artisitcas. Como bien lo menciona, anclarse al pasado impide avanzar con el desarrollo de los nuevos ideas y paradigmas del momento histórico en el que nos encontramos.
Digno de un amplio debate. Coincido en muchos de sus argumentos, pero lo que hace falta es conocimiento acerca del único sentir que nos une: la danza. Me considero un agresor hasta antes de enero del 2020, después de esa fecha mi mente ha expandido sus horizontes y puedo ver más allá de lo superficial. Claro es, me falta mucho por aprender y otro tanto por autocorregirme. Sin embargo, cada uno de los puntos que señalas bien necesitan ser discutidos de forma especifica. Por último, debo hacer mención que para poder generar un argumento fundamentado mínimo debo considerar algunas situaciones: la danza es efímera (Susan K. Langer), existen muchos tipos de danza (Alberto Dallal) y no existe danza mala (Ruth Canseco).
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