En ocasiones no es sencillo dar un significado más o menos claro a ciertos términos, pero en su uso revelamos el entendimiento que tenemos al respecto. La
palabra espectáculo tiene una fuerte
carga denostativa para los detractores de la "deformación del folclore", la
utilizan para señalar algo que consideran de baja categoría por no guardar las
formas y los modos acostumbrados para su representación escénica,
independientemente si sea por una falta de conocimiento o si el nuevo discurso es realmente valioso, alejarse de los lugares comunes en la danza folclórica puede
llevar esta etiqueta. Y para quienes llenan el escenario de ocurrencias y llevan como estandarte la palabra espectáculo es una
puerta de salida fácil para no rendir cuentas de las carencias técnicas,
artísticas y de sapiensa mínimas necesarias para dignificar la escena.
Pareciera
que en automático quien enarbola la palabra espectáculo
queda eximido de cualquier responsabilidad escénica sin siquiera fundamentar en
lo básico su hacer, así pueden validar todo incluyendo la ignorancia. Por
otro lado, los más puristas, usan esta misma palabra para marcar una línea
imaginaria desde donde se autorizan a juzgar de manera simplista
todo lo diferente a lo que ya conocen anulando cualquier ejercicio
crítico, la reflexividad queda suprimida al nombrar espectáculo todo aquello fuera de sus límites, como si eso los
dotara de superioridad moral o intelectual, lo importante es en qué lado de la línea estás, eres de los buenos o de los malos, no hay más, es concebir la
vida sin matices.
La
carga peyorativa del vocablo espectáculo
lo encontramos en la filosofía. Guy Debord denuncia al régimen actual
capitalista en La sociedad del
espectáculo, donde prevalece el valor de la ‘imagen’ por la
sobreestimulación de la vista frente a los otros sentidos; en palabras del
autor: “Toda la vida de las sociedades donde rigen las condiciones modernas de
producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo
que antes se vivía directamente, ahora se aleja en una representación”. Estas
representaciones falsas y distorsionadas de la realidad condicionan patrones de
comportamiento. Debord encontró en la
palabra espectáculo un concepto
fundamental para describir la esencia del capitalismo avanzado, sin embargo él
mismo identificó posteriormente que se trataba de una idea ambigua aclarando
en su Crítica del espectáculo y de la
vida cotidiana los alcances y límites de esta noción inserta en la teoría marxista.
En consecuencia, a partir de los 60’s, la palabra espectáculo ya no da marcha atrás y se usa para señalar la saturación
de lo visual provocando una disolución en los parámetros de lo real,
mediatizando la mirada del espectador y repercutiendo de manera negativa en
todas las áreas del conocimiento, incluyendo obviamente las artes. En este
sentido cuando una representación escénica es saturada, hecha para el mero entretenimiento,
sin un grado de coherencia pertinente y falto de verdad, señalarla como espectáculo bien puede denunciar su
escasez de valor para la escena y su vacío artístico. Remontando a su origen sabremos si este uso es adecuado.
Con
muchos siglos de anterioridad Aristóteles ya señalaba al espectáculo como superfluo, en su Poética lo incluye como una de las seis partes de la tragedia
comparándola con las demás para resaltar la importancia de las otras partes: “El
espectáculo, pese a que su naturaleza es seducir al público, es lo menos
cercano a la poética”. Con esto ubica al espectáculo en un nivel inferior en
cuanto a su valor para la creación artística. Autores como Marmontel y Musset también
son citados cuando se ha señalado el carácter materialista del espectáculo por
su inclinación a alejarse de la genuina función de las artes en pos del simple divertimento.
Sin embargo hay que aclarar el contexto de estas definiciones. Dichos autores se
refieren al espectáculo como representación de una obra ya escrita, es decir,
el debate era sobre si una obra teatral podía ser fiel al texto, si su
representación distorsionaba la sustancia que le es propia. Hasta el siglo XIX
se discutía sobre la teatralización de ciertas obras, espectáculo era considerado sinónimo
de puesta en escena, esto está alejado del debate que suscita el vocablo
actualmente dentro de las artes escénicas.
El Diccionario del Teatro, de Patrice Pavis, ofrece una definición muy general
que bien podría dar una idea más extensa del término, es espectáculo todo
aquello que se ofrece a la mirada. Espectáculo proviene del latín spectaculum que a su vez se deriva de spectare y que significa ‘contemplar’. Contemplar
requiere de una observación profunda, no es sinónimo de mirar, mirar es ver lo
que hay, la contemplación no sucede solo con la vista, la mirada nos da el
acceso pero contemplar requiere de observar con atención y detenimiento. La
contemplación puede llevar a aprehender la realidad, a acercarnos a las
verdades intuitivas que son reveladas a través de un ojo que descubrió como
mirar hacia adentro. Contemplar permite percibir al otro, participar en su
mundo, compartir su experiencia y entenderlo cercanamente como se comprende a sí
mismo. Un espectáculo en su sentido amplio debería posibilitar cierto grado de
contemplación, percibir el suceso escénico y poner en marcha al ser.
Hay
muchos ejemplos en la literatura del sentido poético que encierra la palabra espectáculo. Goethe nos dice, “un
hombre y una mujer verdaderamente enamorados es el único espectáculo digno de
ofrecer a los dioses”; por su parte Goldsmith sentencia que “el mayor
espectáculo del mundo es un hombre esforzado luchando contra la adversidad”; o
también Argullol afirma: “Todo lo que nos rodea desde la cuna es un espectáculo
pero la conciencia de ser espectáculo solo se produce tras observar aquel
cuerpo desnudo que por primera vez es observado desde el lado de la desnudez”. Consideran digno de llamar espectáculo a un acontecimiento único, extraordinario, que aporta valor al espectador cuando lo presencia pues escarba en nuestra propia humanidad enalteciéndola o derrumbándola, demostrando la belleza y los horrores que nos componen, induciendo a una experiencia estética. Algo que en las propuestas de danza folclórica difícilmente se ofrece y se concreta.
Después
de esta breve revisión de la noción de ‘espectáculo’ se pueden intuir algunas
conclusiones. Los 'folcloristas' hacemos un abuso del término, independientemente
de la postura que se elija, revela qué tan insertos estamos en ciertos paradigmas
de creación escénica y los límites en los que hemos comprometido nuestra labor, lo que en ocasiones explica que seamos reaccionarios a la
crítica profunda. Explicar como espectáculo cierto tipo de montajes para justificar la falta de razón y sentido, es también un recurso común de quienes deciden mostrar en escena conocimientos
rudimentarios del 'folclore', por lo que la danza tiende a ser sobreexplotada evadiendo al mismo tiempo cualquier cuestionamiento que ponga en evidencia niveles de producción irreales
que bien pueden situarse en el terreno de lo ridículo. Por otro lado quienes acusan
de espectáculo, a manera de delito, a puestas en escena que se alejan de los modos habituales de reproducción de la danza folclórica, cancelan de facto cualquier ejercicio reflexivo que contribuya a pensar el escenario más allá de un lugar de mera repetición, obstruyen el surgimiento de nuevos discursos que pueden ser valiosamente distintos como lo es la diversidad cultural de la que está hecha la danza mexicana.
Queda
en nuestros usos y costumbres la reivindicación del espectáculo, retribuirle desde el hacer
características que son primordiales en las artes escénicas, evitar su uso para
menospreciar y así permitir un entendimiento más amplio de la danza que conduzca a vislumbrar nuevas rutas creativas. La palabra espectáculo no encierra en sí misma la
solución para llevar cualquier cosa al escenario, sino que exige todo lo
contrario, un compromiso con el oficio del artista, con el espectador y con la
integridad de todos los involucrados.
Un compromiso con el conocimiento. La danza folclórica tiene todos los elementos, ¿qué uso le damos?...
“Solo
el espectáculo nos hará libres, nos salvará. Solo la verdad nos hará orgullosos.”
-Alberto
Contador-
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