¿Qué
buscas más allá
del
movimiento puro y calculado,
del frenesí que agita el tirso de los números?
¿Qué
convulsión orgiástica se enmascara en el orden?
Velocidad
y ritmo
son
deleitoso tránsito y no anhelado término.
Elevas
la actitud, el ademán,
hasta
el punto más alto de la congelación.
Y
la danza se cumple en el gesto.
-Aporía del bailarín-,
Rosario Castellanos.
La danza es
movimiento, pero no todo movimiento es danza aunque esté realizado a partir de
una técnica dancística, si esta diferenciación no es clara el exhibicionismo
técnico suele ser prioridad, motivando al bailarín a alcanzar cierto grado de
virtuosismo dejando en el olvido su propia expresividad. Esto puede condenarlo a
estar siempre tras la perfección del movimiento, a la necesidad de complejizarlo cada vez más
alejándose de la danza misma. Cuando siempre se está tras de algo interminable,
nunca se está ahí, con ese algo. Si lo más importante en la ejecución es la precisión,
la complejidad y pareciera que la técnica es el fin, se aplana la escena, se
disimulan los cuerpos y se disuelve la personalidad de cada bailarín, se
ejecuta pero no se baila. La técnica potencializa los
saberes expresivos del cuerpo, enriquece lo que cada bailarín puede decir pero
no es la danza misma, es el medio, de aquí la reiteración:
no todo movimiento es danza.
El movimiento que
tiene cualidad de danza es expresivo, demuestra quién eres y lo comunica. Cuando
se realizan movimientos técnicos sin ser auténticamente expresivos se queda la
forma en ausencia del contenido. La forma y el contenido son recíprocos, van
juntos, si están desproveídos la danza no sucede. El movimiento expresivo del cuerpo
se realiza en el gesto. El gesto es
el punto de partida para detonar el lenguaje corporal por ser expresivo. Afirmo
entonces que el gesto dancístico es un gesto refinado, resultado de un proceso
evolutivo de pensamiento y reflexión que se ha objetivado en el cuerpo. En la
danza transitamos de un gesto a otro, esta gestualidad
(Bejarano, 1996) permite entender la poética del cuerpo, la existencia de
una estética en el movimiento corporal, un conjunto de gestos que en su
sucesión expresan y comunican. Entender el gesto es entender al cuerpo como un todo,
lleno de sentido.
El bailarín que no se
entiende a sí mismo como un todo se pierde en el escenario, muy a pesar del
gran nivel técnico que demuestre, deja la escena fría, sin valor, se aplaude
la técnica pero no aporta al espectador algo relevante por ser inexpresivo.
Contrariamente, el bailarín que logra concretar el gesto en su cuerpo como unidad establece una conexión con el público, un área de entendimiento entre su
movimiento y quien lo observa, es ese bailarín que ‘jala las miradas’ pues dota
la escena de sentido, la vuelve real y verdadera porque hay autenticidad en lo
que hace, una correspondencia entre la forma y el contenido. En definitiva un
buen bailarín equilibra la técnica con la expresividad. Castañer (2001) lo explica
así:
“Para poder practicar de forma coherente y
con cierta continuidad un determinado tipo de danza, es necesario conjugar el
lenguaje gestual significativo del cuerpo con el tecnicismo de ejecución que
requiere cada movimiento. Indiscutiblemente no se puede lograr una expresividad
corporal amplia y libre sino se abordan unos mínimos grados de tecnicismo…”
Acceder al ‘lenguaje
gestual significativo’ que caracteriza la danza es posible si entendemos de
donde proviene. Uno de los teóricos que desde la psicología ha estudiado el
gesto es Wallon (citado en Zazzo, 2004) quien afirma que es utilizado como
medio de comunicación desde que nacemos pues antecede al lenguaje verbal y se
detona a partir de la emoción. La
emoción detona al gesto y el gesto es un recuerdo de la emoción, ambos en
relación directa de manera dialéctica en las disposiciones corporales donde las dinámicas de movimiento adquiridas con la experiencia están in-corporadas. Al
trabajar dichas disposiciones corporales, mediante la técnica, se puede dar
coherencia y sentido a las emociones expresadas en el lenguaje no verbal, a concretar un
lenguaje gestual consciente y refinado. El gesto en la danza, como gesto
refinado, envía un mensaje estético e inteligible, cargado de simbolismo y de
significación (Casteñer, 2001). Doris Humprey (2001) identifica cuatro tipos de
gestos (social, funcional, ritual y emocional) y sitúa al gesto emotivo como el
de mayor valía para el bailarín porque, al estar condicionado por los estados
emocionales, enriquece el movimiento posibilitando la interpretación más allá
de la técnica.
Desde el siglo XVIII
el coreógrafo Noverre (1981) denunció abiertamente la existencia de un vacío en
la danza escénica por un exceso de esquemas estereotipados de los movimientos,
consecuencia de reducir la danza a las proezas técnicas. Hacer una
distinción entre un gesto dancístico y cualquier movimiento técnico contribuye
a plantear un punto de partida para resolver tal contradicción y, con ello, a establecer una definición concreta de lo que es la danza desde su propia acción, lo que a su vez implica cuestionar
sus formas de enseñanza, las maneras de producirla y nutrir su crítica al
respecto.
De manera concisa
Casteñer (2001) señala la existencia de una cualidad
de movimiento característico de la danza “cuando todo el proceso sensorial es
voluntaria y emotivamente traducido en un gesto técnico, válido, comunicativo y
significativo”. Tomando en cuenta lo anterior, y pensando en la manera en que
tradicionalmente se ha enseñado la danza folclórica desde su academización,
habría que replantear si se cumple su aprendizaje desde los objetivos
institucionales y los propósitos de una clase (aspectos técnicos válidos), sin
dejar de lado el carácter socio-afectivo de la danza y su imbricación con el
contexto y la función de transmisión cultural que está implícita en el folclore
(comunicación y significado). Respecto a lo anterior Casteñer (2001) nos dice:
“…Cualquier tipo de danza es un lenguaje
corporal significativo no sólo de una forma de percibir el mundo, sino de
evolucionar en él. La danza es un medio para la construcción de la
“imagen corporal” de forma conjunta al esquema corporal […] La danza es un
aprendizaje que requiere poner en marcha la correspondencia existente entre la
imagen exterior y las sensaciones cinestésicas de la propia motricidad, y es
sólo a partir de la ejercitación continuada, sea repetitiva o variada, que la
persona que baila llega a controlar cada uno de sus movimientos sin necesidad
de poseer un control externo de su imagen corporal estática y dinámica. Es
decir, que se llega a elaborar un compendio de posibilidades gestuales y
actitudinales a raíz de una base sólida de sensaciones visuales, auditivas,
táctiles y sobretodo cinestésicas, de ubicación espacial y de ubicación
temporal…”
Si bien, en la enseñanza
de la danza folclórica se toman en cuenta aspectos técnicos como coordinación,
postura, ejecución, colocación, etc., pocas veces se resaltan cualidades
como la actitud corporal, la mirada, matices del movimiento, el zapateado lúdico o el espacio interindividual que pueden ser de utilidad como unidades sígnicas para evidenciar
la realización de un movimiento expresivo-comunicativo de aquél que baila dirigido a la consecución del gesto. Si esto último se toma en cuenta en la enseñanza de la técnica, se educarán
bailarines capaces de empatizar con lo que bailan, comprenderán la
imposibilidad genética y de herencia cultural por la que es difícil calcar
corporalmente danzas y bailes tradicionales ajenos a su contexto y podrán
realizarlas partiendo desde su ser personal, poniendo en juego su mundo interno, su
propia experiencia, al mismo tiempo que descubren su propio cuerpo. Desde
el paradigma constructivista de la educación, Piaget (1978) explica la
importancia de tomar en cuenta el mundo interno del alumno en su desarrollo
porque se apertura un proceso dirigido al entendimiento y reproducción de
signos y hacia el mundo simbólico, lo que determina el comienzo del lenguaje,
que en este caso será el acceso al lenguaje corporal que cada danza posee.
Lo anterior implica superar la visión de la danza folclórica como repertorio, modificando a su
vez no solo la manera de enseñarse, también cómo se lleva a escena, asumir que
los bailes y danzas tradicionales ya pasaron por ese proceso complejo en el que
el movimiento se ha refinado hasta producir un lenguaje, es decir, un gesto
acabado en danza y que se sigue recreando por la tradición. En este sentido los
coreógrafos deberían ser responsables al llevarla al escenario, si es que tienen
algo que decir desde la danza folclórica, si hay un valor escénico resultante y
si aún se percibe en el cuerpo la realización del gesto. Los docentes también tienen una función fundamental, pasar de la enseñanza del folclore como una sucesión de cuentas y pasos a una visión donde se aborde cada género musical y dancístico desde lo que son en sí mismos y no desde lo que 'deberían ser'. En consecuencia, los bailarines desarrollarían sus dotes como intérpretes y no se limitarían solamente a ejecutar movimientos mecánicos memorizados con anterioridad, sino que podrían recrear en el cuerpo, con todas sus posibilidades técnicas, una danza o un baile que le permita revelar su ser en el mundo.
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Al centro Doris Humprey, destacada figura de la danza del siglo XX que ahondó en la importancia del gesto para la coreografía. Fotografía de Bárbara Morgan. |
Casteñer,
M. (2001). El potencial creativo de la
danza y la expresión corporal. Creación Integral S.L. Santiago de
Compostela. España.
Humprey,
D. (2001). El arte de hacer danzas.
CONACULTA, México D.F.
Noverre,
J. (1981). Cartas sobre la danza y sobre
los ballets. UAM, Dirección de Difusión Cultural. México D.F.
Piaget,
J. (1978). La equilibración de las
estructuras cognitivas. Siglo XXI, Madrid.
Zazzo,
R. (2004). El yo social. La psicología de Henri Wallon. Fundación Infancia y aprendizaje. Madrid.
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