miércoles, 6 de mayo de 2020

No todo movimiento es danza: el gesto en la danza folclórica.



¿Qué buscas más allá
del movimiento puro y calculado,
del  frenesí que agita el tirso de los números?
¿Qué convulsión orgiástica se enmascara en el orden?
Velocidad y ritmo
son deleitoso tránsito y no anhelado término.
Elevas la actitud, el ademán,
hasta el punto más alto de la congelación.
Y la danza se cumple en el gesto.

-Aporía del bailarín-, Rosario Castellanos.



La danza es movimiento, pero no todo movimiento es danza aunque esté realizado a partir de una técnica dancística, si esta diferenciación no es clara el exhibicionismo técnico suele ser prioridad, motivando al bailarín a alcanzar cierto grado de virtuosismo dejando en el olvido su propia expresividad. Esto puede condenarlo a estar siempre tras la perfección del movimiento, a la necesidad de complejizarlo cada vez más alejándose de la danza misma. Cuando siempre se está tras de algo interminable, nunca se está ahí, con ese algo. Si lo más importante en la ejecución es la precisión, la complejidad y pareciera que la técnica es el fin, se aplana la escena, se disimulan los cuerpos y se disuelve la personalidad de cada bailarín, se ejecuta pero no se baila. La técnica potencializa los saberes expresivos del cuerpo, enriquece lo que cada bailarín puede decir pero no es la danza misma, es el medio, de aquí la reiteración: no todo movimiento es danza.

El movimiento que tiene cualidad de danza es expresivo, demuestra quién eres y lo comunica. Cuando se realizan movimientos técnicos sin ser auténticamente expresivos se queda la forma en ausencia del contenido. La forma y el contenido son recíprocos, van juntos, si están desproveídos la danza no sucede. El movimiento expresivo del cuerpo se realiza en el gesto. El gesto es el punto de partida para detonar el lenguaje corporal por ser expresivo. Afirmo entonces que el gesto dancístico es un gesto refinado, resultado de un proceso evolutivo de pensamiento y reflexión que se ha objetivado en el cuerpo. En la danza transitamos de un gesto a otro, esta gestualidad (Bejarano, 1996) permite entender la poética del cuerpo, la existencia de una estética en el movimiento corporal, un conjunto de gestos que en su sucesión expresan y comunican. Entender el gesto es entender al cuerpo como un todo, lleno de sentido.

El bailarín que no se entiende a sí mismo como un todo se pierde en el escenario, muy a pesar del gran nivel técnico que demuestre, deja la escena fría, sin valor, se aplaude la técnica pero no aporta al espectador algo relevante por ser inexpresivo. Contrariamente, el bailarín que logra concretar el gesto en su cuerpo como unidad establece una conexión con el público, un área de entendimiento entre su movimiento y quien lo observa, es ese bailarín que ‘jala las miradas’ pues dota la escena de sentido, la vuelve real y verdadera porque hay autenticidad en lo que hace, una correspondencia entre la forma y el contenido. En definitiva un buen bailarín equilibra la técnica con la expresividad. Castañer (2001) lo explica así:

“Para poder practicar de forma coherente y con cierta continuidad un determinado tipo de danza, es necesario conjugar el lenguaje gestual significativo del cuerpo con el tecnicismo de ejecución que requiere cada movimiento. Indiscutiblemente no se puede lograr una expresividad corporal amplia y libre sino se abordan unos mínimos grados de tecnicismo…”

Acceder al ‘lenguaje gestual significativo’ que caracteriza la danza es posible si entendemos de donde proviene. Uno de los teóricos que desde la psicología ha estudiado el gesto es Wallon (citado en Zazzo, 2004) quien afirma que es utilizado como medio de comunicación desde que nacemos pues antecede al lenguaje verbal y se detona a partir de la emoción. La emoción detona al gesto y el gesto es un recuerdo de la emoción, ambos en relación directa de manera dialéctica en las disposiciones corporales donde las dinámicas de movimiento adquiridas con la experiencia están in-corporadas. Al trabajar dichas disposiciones corporales, mediante la técnica, se puede dar coherencia y sentido a las emociones expresadas en el lenguaje no verbal, a concretar un lenguaje gestual consciente y refinado. El gesto en la danza, como gesto refinado, envía un mensaje estético e inteligible, cargado de simbolismo y de significación (Casteñer, 2001). Doris Humprey (2001) identifica cuatro tipos de gestos (social, funcional, ritual y emocional) y sitúa al gesto emotivo como el de mayor valía para el bailarín porque, al estar condicionado por los estados emocionales, enriquece el movimiento posibilitando la interpretación más allá de la técnica.

Desde el siglo XVIII el coreógrafo Noverre (1981) denunció abiertamente la existencia de un vacío en la danza escénica por un exceso de esquemas estereotipados de los movimientos, consecuencia de reducir la danza a las proezas técnicas. Hacer una distinción entre un gesto dancístico y cualquier movimiento técnico contribuye a plantear un punto de partida para resolver tal contradicción y, con ello, a establecer una definición concreta de lo que es la danza desde su propia acción, lo que a su vez implica cuestionar sus formas de enseñanza, las maneras de producirla y nutrir su crítica al respecto.

De manera concisa Casteñer (2001) señala la existencia de una cualidad de movimiento característico de la danza “cuando todo el proceso sensorial es voluntaria y emotivamente traducido en un gesto técnico, válido, comunicativo y significativo”. Tomando en cuenta lo anterior, y pensando en la manera en que tradicionalmente se ha enseñado la danza folclórica desde su academización, habría que replantear si se cumple su aprendizaje desde los objetivos institucionales y los propósitos de una clase (aspectos técnicos válidos), sin dejar de lado el carácter socio-afectivo de la danza y su imbricación con el contexto y la función de transmisión cultural que está implícita en el folclore (comunicación y significado). Respecto a lo anterior Casteñer (2001) nos dice:

“…Cualquier tipo de danza es un lenguaje corporal significativo no sólo de una forma de percibir el mundo, sino de evolucionar en él.  La danza es un medio para la construcción de la “imagen corporal” de forma conjunta al esquema corporal […] La danza es un aprendizaje que requiere poner en marcha la correspondencia existente entre la imagen exterior y las sensaciones cinestésicas de la propia motricidad, y es sólo a partir de la ejercitación continuada, sea repetitiva o variada, que la persona que baila llega a controlar cada uno de sus movimientos sin necesidad de poseer un control externo de su imagen corporal estática y dinámica. Es decir, que se llega a elaborar un compendio de posibilidades gestuales y actitudinales a raíz de una base sólida de sensaciones visuales, auditivas, táctiles y sobretodo cinestésicas, de ubicación espacial y de ubicación temporal…”

Si bien, en la enseñanza de la danza folclórica se toman en cuenta aspectos técnicos como coordinación, postura, ejecución, colocación, etc., pocas veces se resaltan cualidades como la actitud corporal, la mirada, matices del movimiento, el zapateado lúdico o el espacio interindividual que pueden ser de utilidad como unidades sígnicas para evidenciar la realización de un movimiento expresivo-comunicativo de aquél que baila dirigido a la consecución del gestoSi esto último se toma en cuenta en la enseñanza de la técnica, se educarán bailarines capaces de empatizar con lo que bailan, comprenderán la imposibilidad genética y de herencia cultural por la que es difícil calcar corporalmente danzas y bailes tradicionales ajenos a su contexto y podrán realizarlas partiendo desde su ser personal, poniendo en juego su mundo interno, su propia experiencia, al mismo tiempo que descubren su propio cuerpo. Desde el paradigma constructivista de la educación, Piaget (1978) explica la importancia de tomar en cuenta el mundo interno del alumno en su desarrollo porque se apertura un proceso dirigido al entendimiento y reproducción de signos y hacia el mundo simbólico, lo que determina el comienzo del lenguaje, que en este caso será el acceso al lenguaje corporal que cada danza posee.

Lo anterior implica superar la visión de la danza folclórica como repertorio, modificando a su vez no solo la manera de enseñarse, también cómo se lleva a escena, asumir que los bailes y danzas tradicionales ya pasaron por ese proceso complejo en el que el movimiento se ha refinado hasta producir un lenguaje, es decir, un gesto acabado en danza y que se sigue recreando por la tradición. En este sentido los coreógrafos deberían ser responsables al llevarla al escenario, si es que tienen algo que decir desde la danza folclórica, si hay un valor escénico resultante y si aún se percibe en el cuerpo la realización del gesto. Los docentes también tienen una función fundamental, pasar de la enseñanza del folclore como una sucesión de cuentas y pasos a una visión donde se aborde cada género musical y dancístico desde lo que son en sí mismos y no desde lo que 'deberían ser'. En consecuencia, los bailarines desarrollarían sus dotes como intérpretes y no se limitarían solamente a ejecutar movimientos mecánicos memorizados con anterioridad, sino que podrían recrear en el cuerpo, con todas sus posibilidades técnicas, una danza o un baile que le permita revelar su ser en el mundo.

Al centro Doris Humprey, destacada figura de la danza del siglo XX que ahondó en la importancia del gesto para la coreografía. Fotografía de Bárbara Morgan.


Casteñer, M. (2001). El potencial creativo de la danza y la expresión corporal. Creación Integral S.L. Santiago de Compostela. España.
Humprey, D. (2001). El arte de hacer danzas. CONACULTA, México D.F.
Noverre, J. (1981). Cartas sobre la danza y sobre los ballets. UAM, Dirección de Difusión Cultural. México D.F.
Piaget, J. (1978). La equilibración de las estructuras cognitivas. Siglo XXI, Madrid.
Zazzo, R. (2004). El yo social. La psicología de Henri Wallon. Fundación Infancia y aprendizaje. Madrid.

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